El alcohol que ingiere la madre pasa directamente a través de la placenta a la sangre del feto, cuyo organismo no está preparado para metabolizarlo. Aunque sea de baja graduación, beberlo manera regular, aunque sea en bajas cantidades, puede afectar al sistema nervioso central del bebé, provocar bajo peso al nacer, malformaciones -cabeza demasiado pequeña, mentón hundido, ojos demasiado separados, labio leporino y nariz plana- y, una vez nazca, dificultades en el aprendizaje.
No hay ninguna cantidad de alcohol ni ningún tipo de bebida alcohólica que pueda considerarse segura durante el embarazo, por lo que lo más recomendable es abandonar su consumo por completo. Es más, se aconseja a la mujer evitarlo desde que planifica quedarse embarazada, dado que puede afectar al desarrollo del embrión ya en las primeras semanas, mientras que durante el segundo y tercer trimestre, su consumo está asociado a un mayor riesgo de problemas sensoriales, crecimiento y retraso mental en el bebé.
Por último, el consumo de drogas durante la gestación también puede perjudicar gravemente a la madre y al bebé. Por tanto, si la embarazada las consume, aunque sea ocasionalmente, deberá abandonarlas completamente antes o en el momento de conocer que está embarazada. Si no es capaz de hacerlo por sí misma, puede informar a su médico para que le ayude a poner en marcha un plan de desintoxicación.